La crisis de la formación universitaria no está tanto en la explosión misma del conocimiento como en el grado de coherencia entre su onda expansiva, los medios para abarcarla y la capacidad holística para asimilar el conocimiento multi e interdisciplinario que se produce. Las realidades que sustentan esta crisis y envejecimiento de la universidad actual están caracterizadas, entre otras, por cuatro reflexiones básicas:
1. Los conocimientos científicos y tecnológicos no pueden incorporarse a los planes de estudio formales de la universidad al mismo ritmo que se producen. Aun los conocimientos sociales van muy por delante del propio análisis anticipatorio al que debería estar abocada la universidad. La propia formación casi siempre se basa en metodologías periclitadas. Todo sigue más o menos igual. Ha habido, y no siempre, cambios en el contenedor, no en el contenido, cambios cosméticos. Se reemplazó simplemente la tiza y el pizarrón por presentaciones en PowerPoint o formas semejantes, y ahora mismo, la IA no ha cambiado todavía las obsoletas clases “magistrales”, que ni siquiera tienen mucho de magistrales. Se continúa en buena parte de nuestras universidades, lamentablemente, con los apuntes del profesor, se comercia con ellos y el profesor se basa en ellos para hacer sus exámenes. Es el reduccionismo atroz del conocimiento y las nuevas tecnologías en pleno siglo XXI. Se requiere, por tanto, dar respuesta a nuevas formas de formación y aprendizaje, a un profundo cambio del rol del profesor, al desarrollo de nuevas competencias, a nuevos perfiles de empleo, al reciclaje profesional de todas las edades, a la innovación de la vida laboral, a las nuevas demandas de la sociedad del futuro y a la investigación sobre nuevos dominios de las ciencias y las tecnologías al servicio de las personas.
2. El conocimiento sobre el ser humano y su mundo se ha parcelado en segmentos cada vez más pequeños y más especializados. Pero el conocimiento más profundo de la materia y sus características nos lleva a una visión inter y transdisciplinaria y a una concepción unificadora del mundo, tanto en el dominio de las ciencias como en el de las humanidades. Las nuevas tendencias han vuelto a romper las fronteras artificiales que se habían establecido entre las diversas ciencias particulares. La aplicación del método científico, en su más amplia acepción, identifica las ciencias con las humanidades, acercándonos a un humanismo científico-técnico, en donde la razón pura tiene que estar en equilibrio con el sentido de la estética, la ética y trascendencia del ser humano.
3. La tendencia contemporánea es de una educación fragmentada y orientada mayoritariamente a la búsqueda de diplomas o certificados acreditativos que enfatizan las características de la educación universitaria terminal. Una concepción distinta es la de la formación superior continua, que tiene esencialmente un carácter integrador y una actitud constante de indagación y búsqueda de nuevos conocimientos. Una educación universitaria a lo largo de la vida se inserta en la propia dinámica de la mutación e incertidumbre de la sociedad que no solo exige poseer los conocimientos y técnicas para el desempeño de sus miembros en el mundo de hoy, sino, fundamentalmente, su capacitación para aprender, reaprender y desaprender permanentemente como única solución para adaptarse al futuro.
4. La ampliación de los objetivos de la universidad a la formación permanente está íntimamente relacionada con la propia concepción modernizadora de la educación, en donde teoría y praxis son parte integradora del conocimiento. Es decir, que no hay una etapa para estudiar y otra para actuar. Que aprender y actuar forman parte de un proceso existencial del ser humano.
Qué duda cabe que existe un número mayor de factores que intervienen en el envejecimiento de la universidad y que he resaltado en muchos de mis artículos a lo largo del tiempo. Quizá uno de los más relevantes está en modificar la estructura del profesor funcionario, a veces arrogante y narcisista, por un profesor vocacional, por el maestro, el asesor, el aprendiz humilde, el mentor. Este cambio que tiene que autoimponerse el profesor, introduce una relación totalmente distinta con el estudiante, dado que transforma una filosofía educativa, en donde el aprender y el enseñar son una aventura compartida, fascinante, intrigante, necesaria, en vez de autoritaria, fatigosa y aburrida. La universidad respondería así, a lo que se pretendía en sus orígenes: una comunidad de “scholars”, de aprendices, una gran familia del conocimiento.
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