En apenas cinco años, el tiempo promedio mínimo de formación de un profesional universitario, la estructura de las profesiones y el mercado de trabajo cambian y se diversifican. Sin embargo, la universidad se aferra a esquemas tradicionales del curriculum y planes de estudio, fomentando una formación desacompasada con la realidad de nuestros días y de los días por venir. Y como siempre, quien debe dar ejemplo de estar al día, el profesor, no ocurre en una gran mayoría de casos. Hay que pasar urgentemente de una educación cuadriculada a un aprendizaje ramificado y flexible. De una educación de certezas por una educación para la incertidumbre.
Si observamos que los actuales estudiantes de básica y secundaria o bachillerato llegarán al mercado de trabajo para el quinquenio 2030-2035, resulta arriesgado formarles para unas especialidades que a lo mejor no existirán, o que sufrirán modificaciones y variantes sustanciales. La universidad nuevamente ha sido sobrepasada y no ha actualizado la médula u objetivo central de su quehacer formativo. El dilema de formar especialistas o formar generalistas es parte del debate que ha prevalecido por muchas décadas en la universidad.
Hace bastantes años, se unía la poca diversidad de las especialidades en una misma rama del conocimiento, con la relativa lentitud de su desarrollo. Este hecho favorecía la enseñanza rígida de oficios y especialidades en períodos fijos, y más o menos concordantes con el mercado de trabajo. El mundo de hoy ha ampliado los límites insospechados del desarrollo científico-tecnológico y social que obliga a modificar de raíz los “tiempos”, “los contenidos” y las “metodologías”. Por otra parte, existen, de hecho, muchos centros de entrenamiento, no necesariamente formativos, asimilados por el sector productivo, que compiten con la universidad con eficacia y medios. Esta transformación ha pasado también al sector político y sociocultural. Esta realidad se refuerza, pues el sistema educativo en su conjunto ha deformado la formación. Se ha aparcado el pensamiento crítico, el estudio analítico de los contenidos, las actitudes para aprender, no solo de estudiantes, sino también de profesores. No profundizamos ni en la razón de ser ni en el para qué de hechos, procesos, resultados y consecuencias. Las reformas educativas son causantes de que los estudiantes quieran hacer una “carrera a la carrera”, apartándoles de la idea correcta, de que, en la filosofía y psicología de la educación, el aprendizaje no tiene fin. Estar al día es un compromiso ético con la sociedad y con uno mismo.
Cuando se empezó al final del siglo pasado el programa de reconversión I + D en los países de la CE se mencionaba que antes del año 2000 existirían en Europa más de 100 nuevas profesiones en trece campos definidos, que son: 1) Automación de fábricas; 2) Electrónica de oficinas (buróticas); 2) Electrónica de automóviles; 4) Sistemas y servicios de dirección de empresas; 5) Bancos de datos (profesionales especializados en una rama de la informática; 6) Adiestramiento y re-adiestramiento profesional; 7) Servicio de asesoramiento e información a las familias; 8) Nuevo equipo de video familiar; 9) Nuevos medios para la diversión y la información general; 10) Productos artísticos y culturales; 11) Sistemas de monitorización de la salud a nivel doméstico; 12) Sistemas de alarma y seguridad (robo, fuego, riesgos varios); 13) Sistema de control para acondicionamiento de la temperatura. En Estados Unidos, para las mismas fechas en que se producía el informe de la Comunidad Europea, se estimaba que las áreas demandadas para el final de esta década serían: 1) Ciencias de la computación; 2) Física del plasma y del estado sólido; 3) Óptica; 4) Química analítica y de polímeros; 5) Ingeniería; 6) Toxicología y 7) Servicios de gestión.
Sin embargo, en poco más de tres años, a finales del siglo XX, se modificaron una buena parte de las previsiones, tanto en cantidad como en áreas del conocimiento. Profesiones relacionadas con la acuicultura, la agroenergética, la física de altas energías y el aprovechamiento energético de la biomasa, la biotecnología, la propia inteligencia artificial que afloraba tímidamente, etc., entraban a jugar un papel de mayor prioridad. De hecho, el reporte previo de Arnoux (1984) ponía de relieve las nuevas profesiones interdisciplinarias y otras, que a buen seguro produjeron nuevas variantes y terminología. Por ejemplo, el ingeniero mecatrónico, cuyo papel se le asignaba a las fábricas del futuro, capaz de integrar la mecánica, electrónica, hidráulica, etc; el ingeniero plasturgista, que aplica la técnica metalúrgica a nuevos y múltiples plásticos; o en otras ramas de las ciencias humanas como la información o la ludicadología que integra la pedagogía, la psicología y la tecnología de programas de juego y ocio. Y hoy, en apenas un cuarto de siglo, los cambios han sido radicales, y ni siquiera las previsiones que se hacía a futuro se mantienen en su mayor parte. Solo la inteligencia artificial ha puesto a la obligación de recomponer el sistema de nuevas profesiones y dar a la ética, el papel que siempre ha debido ser relevante como guardián de la civilización.
Casi ninguna de las predicciones se dieron. La realidad fue más rápida que los deseos. Estoy seguro que esto pasará también con las predicciones actuales. Por ejemplo, se estima que para 2050, las ocho profesiones relevantes serán: 1) Ético de inteligencia artificial (AI Ethicist); 2) Arquitecto/diseñador de realidad virtual; 3) Ingeniero de energía sustentable; 4) Analista de ciberseguridad; 5) Ingeniero biotecnólogo; 6) Planificador urbano para ciudades inteligentes; 7) Experto en turismo espacial y no convencional; 8) Científico de datos. A estas predicciones, que se le agregan otras en tecnologías de la salud y otros ámbitos de las ciencias y del sector servicios, se modificarán irremediablemente por los efectos de los cambios geométricos que experimenta la sociedad y sus creaciones en un mundo acelerado e impredecible. Es decir, que en apenas cinco años, el tiempo promedio mínimo de formación de un profesional universitario, la estructura de las profesiones y el mercado de trabajo cambian y se diversifican. Sin embargo, la universidad se aferra a esquemas tradicionales del curriculum y planes de estudio, fomentando una formación desacompasada con la realidad de nuestros días y de los días por venir. Y como siempre, quien debe dar ejemplo de estar al día, el profesor, no ocurre en una gran mayoría de casos. Hay que pasar urgentemente de una educación cuadriculada a un aprendizaje ramificado y flexible. De una educación de certezas por una educación para la incertidumbre.
Pero aun en el caso parcial de que la universidad formase profesionales para el mercado laboral, de que al terminar una carrera se tuviesen los conocimientos al día, nos enfrentaríamos a la propia evolución de los contenidos y de las prácticas en cada profesión. Se calcula, por ejemplo, en universidades de Estados Unidos, hablando de educación superior, que los estudios médicos cambian, adquieren nuevas nociones que equivalen a un 10% del total de conocimientos por año. Esto significa que, en 10 años, prácticamente, un médico que no volviera a enterarse de los avances de su profesión, ni de nada de lo que está pasando en ella, se convertiría materialmente en un curandero junto a los médicos que han estado al día científica y tecnológicamente.
Si esto es evidente para la dimensión científico-técnica, no lo es menos para la cultural y humana en general. Como expresa Soler (1970), “la vida social de estos años y de los próximos no tendrá contemplaciones con quienes no posean las herramientas para una labor de actualización personal, dinámica, en un mundo igualmente dinámico. El esquema de un sistema educativo, que en el mejor de los casos produce un ser culto, acabadamente capacitado para enfrentar el resto de su larga jornada, no se acomoda a la evolución, día a día más vertiginosa, de los conocimientos y del contexto político y social. La solución de resolver esta dificultad, prolongando cada vez más los planes de estudio o reformando los programas para introducirles las últimas novedades, no hace más que aumentar el desconcierto y el costo de la educación. Entre una persona que sabe mucho y otra que sabe cómo aprender lo que necesitará de aquí en adelante, la balanza se inclina cada vez más en favor de la segunda”.
Estas consideraciones del mundo real y muchas otras que podrían señalarse, deben someter a la universidad a una intensa reflexión sobre sus objetivos y misión formativa. Es necesario considerar si debemos formar a los estudiantes sólo en una especialidad o por el contrario, en el contexto de una generalidad. En un análisis sobre la realización y formación del ser humano que realicé hace varios años (1992), expresé que nuestra vida está gobernada por especialistas que saben muy poco de lo que ocurre fuera de su especialidad, como para comprender, suficientemente, lo que sucede dentro de ella. Apreciamos, asimismo, que recurrir a la formación de especialistas en un mundo de vertiginosos cambios, conlleva riesgos indiscutibles, sociales y científicos, que atentan contra la propia universidad y el mercado de trabajo, como se ha señalado anteriormente. Pero también es conveniente advertir, que dirigirnos únicamente a la formación de generalistas, representaría una desamortización profesional en el mercado laboral inmediato.
Una de las claves para resolver el dilema está en centrar los extremos del paradigma. Consistiría simplemente, no por ello de fácil realización, en integrar la generalidad con la especialidad, es decir, lograr el equilibrio sin retardar el crecimiento y promover el crecimiento sin comprometer el equilibrio. Esta aproximación al pensamiento utópico no es posible lograrla con el esquema tubular e inflexible que actualmente tiene la universidad, y especialmente su estructura curricular y su proceso de enseñanza-aprendizaje.
La universidad tiene que pasar de una educación terminal a una educación permanente. Tiene que insertarse en la propia dinámica de los inevitables cambios sociales, científicos y tecnológicos que son intrínsecos a la esencia y futuro de la educación. Tiene que integrarse en las bases de la educación permanente para poder acompasar una formación especializada con una educación generalizada. Es necesario dar al término permanente en educación una cobertura más amplia que la simple homologación con la educación de adultos. Educación permanente es definida por su misma etimología, en el sentido de que cubre toda la vida del ser humano. El concepto de educación permanente conduce a una verdadera revolución en educación. Es una partida de ajedrez que tiene un comienzo, pero no tiene fin. Es el juego de la vida. No se trata ya de considerar que el desarrollo acelerado de la ciencia y la tecnología obliga a crear estructuras educativas apropiadas para la educación de adultos. No nos cabe la menor duda de que una parte esencial de la misión universitaria será fortalecer las estructuras de postgrado, extender la acción formativa a la actualización profesional, compartir experiencias y capacitación con el sistema productivo, etc. Pero todo esto tendrá una nueva dimensión muy distinta a la actual, por lo que los requerimientos educativos de los profesionales del futuro solo se podrán lograr transformando radicalmente las estructuras tradicionales de la universidad y la escuela. La urgente necesidad de la educación permanente obliga a formular una nueva filosofía de la educación y a diseñar y poner en ejecución una nueva estructura y una administración que responda a esa nueva filosofía.
Los argumentos que sirven para fundamentar la tesis de la educación permanente o de la formación a lo largo de la vida, en el contexto universitario, son, entre otros, los siguientes:
- Los conocimientos científicos y tecnológicos no pueden ser incorporados a los planes de estudio de la universidad al mismo ritmo en que se producen. Esto trae como consecuencia que los conocimientos que se imparten en las instituciones de educación superior se refieran más al pasado que al presente, más a la historia que al futuro.
- Los cambios científicos y tecnológicos no han sido solamente cuantitativos sino cualitativos, es decir, no solo se ha producido mayor número de conocimientos y de técnicas sino que los nuevos conocimientos han conducido a una nueva visión del ser humano y del universo.
- Hasta hace poco tiempo el conocimiento de las personas y su mundo se pretendía lograr parcelándolo en segmentos cada vez más pequeños, más especializados, cuyo dominio se acercaba a la verdad científica, objetiva y universal. Pero el conocimiento cada vez más profundo de la materia y sus manifestaciones nos conduce a una concepción unificadora del universo, y se han ido rompiendo las fronteras artificiales que se habían establecido entre las diversas ciencias particulares.
- La aplicación del método científico, en su más amplia acepción, identifica cada vez más las ciencias con las humanidades, acercándonos a un humanismo científico-técnico, en donde la razón pura tiene que estar en equilibrio con el sentido de la estética, la ética y trascendencia del ser humano.
- La búsqueda permanente de nuevos conocimientos y de nuevas técnicas dentro de una concepción unificadora del mundo, plantea la necesidad de revisar los esquemas tradicionales de la educación superior, su misión, su metodología, y en general, toda la estructura del sistema educativo.
- Frente al carácter fragmentado, analítico y enciclopédico de la educación convencional, en donde el papel del profesor se centra en la instrucción, la educación permanente tiene esencialmente carácter integrador del conocimiento, síntesis ordenadora de la actividad humana y el papel del profesor se centra en el sujeto que aprende.
- Educación permanente quiere decir que no hay una etapa para estudiar y otra para actuar. Que aprender y actuar forman parte de un proceso existencial que se inicia con el nacimiento y termina con la muerte del individuo. Educación permanente quiere decir, no sólo poseer los conocimientos y las técnicas que nos permitan desempeñarnos eficientemente en el mundo en que vivimos, sino fundamentalmente, estar capacitados para aprender, reaprender y desaprender permanentemente.
En definitiva, la universidad tiene un gran reto en su vertiente formativa. No ponemos en duda el papel de la universidad en su dimensión capacitadora, en la formación de científicos y profesionales. Ni tampoco creemos que sea ella la única a la que le corresponde esa función. Es más, la universidad tiene que cooperar con el sistema productivo, con la sociedad en su conjunto, para resolver problemas inmediatos que se le demandan; pero esto no significa que deba acomodarse a esa sola función, pues sucumbiría ante el cambio o se transformaría en una institución semejante, y quién sabe si de peor calidad, a la que existe de forma paralela en las empresas, industrias o centros de instrucción vocacional y de investigación.
La educación formal ha sido depositaria de la tradición, de la perpetuación de estilos de aprendizaje. La escuela y la universidad enseñan a conservar y no a cambiar. La universidad, cada vez más, informa menos y forma mucho menos. El sistema de ciencia y tecnología avanza con pasos de gigante y la universidad lo hace con pasos de enano, ampliando así más la brecha que los separa. ¡Pareciera que es una tendencia irreversible!: la escuela y la universidad actuales están incapacitadas para informar al mismo ritmo en que se produce el conocimiento. Cuando lo hace, casi siempre, ya es obsoleto, caduco y reducido. Debe revertirse esta tendencia por imperativo científico y ético. Para ello, la educación permanente de estudiantes y profesores es imperativo.
Esta actitud de educarse a lo largo de la vida es intrínseco al ser humano. Le obliga a cambiar constantemente, a estar en permanente transformación. Es, en cierto modo, una forma de enfrentarse a la incertidumbre, es aprender para el futuro. Y aprender para el futuro no solo es estar al día, no solo es acumular conocimientos, es aprender a cambiar, aprender a pensar, aprender a participar, aprender a saber ser, aprender a cuidar, aprender a compartir, aprender a crecer, aprender a saber morir. Es el propio ciclo de la vida y la responsabilidad ética de aprender permanente y rigurosamente como legado para los que nos reemplazarán. Aprender para el futuro es aprender para seguir aprendiendo.
Referencias
Escotet, Miguel Angel. (2002). The Social Responsibility of Intellectuals and Professors of Comparative Education. Comparative and International Education Society, Annual Meeting, Orlando, Florida, 6-9 de marzo.
Escotet, Miguel Angel. (2002). Desafíos de la educación superior en el siglo de la incertidumbre. Cuaderno de Investigación en la Educación, Universidad de Puerto Rico, Número 18, diciembre.
Escotet, Miguel Angel. (1992). A Look at the 21st Century Universities: Dialectic of the Mission of Universities in an Era of Change. En López, Gustavo (Ed). Challenges & Options: specific proposals. Caracas: UNESCO-CRESALC, 269-288.
Escotet, Miguel Angel. (1991). Aprender para el futuro. Madrid: Editorial Alianza Universidad.
Horner, Grace. (2023). Preparing students for the jobs of 2050: Top eight future professions. Virtual Internships.
Howell y Wolff. (1991). Trends in Growth and Distribution of Skills in the U.S. Wokplace, Industrial and Labor Relations Review, 44.
Rawe, J. (2000). What will be the 10 Hottest Jobs…and what Jobs will Disappear? Time, May 22.
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