Raramente el sistema educativo bajo posiciones mesiánicas de uno u otro signo, defiende los valores de la razón, de la ciencia, de la libertad, de la tolerancia, de la universalidad. La educación como la cultura es lo que permanece, lo que dura para constituirse como impronta de las generaciones que vendrán.
La independencia de un pueblo, la autonomía de su destino, el duro fraguar de su historia, hacen de la educación baluarte y cimiento imprescindible sobre el cual se afinca la práctica de la libertad, de la democracia y de la convivencia. Pero también puede constituirse en cómplice para ahondar en la injusticia social, en la intolerancia, en la inflexibilidad, en la insolidaridad y en la corrupción.
Educación y desarrollo son dos procesos holístas, integrales y gestálticos que han ido de la mano, no necesariamente en forma paralela, porque ni la educación ha sido permanente ni el desarrollo sostenible. La educación contemporánea ha sido la respuesta demagógica de la práctica política de diferentes signos. Se ha hecho demagogia de la educación en una mayoría de países desde partidos políticos de distintas ideologias. Prácticamente no existe gobierno o sistema político que desde su plataforma totalitaria o democrática no expresen con grandilocuencia su preocupación por la educación.
La utilización por los partidos políticos del sistema educativo para objetivos distintos de los que le son propios acaban por convertir a la educación en terreno de conflicto de las tensiones y contradicciones políticas como lo expresa en su investigación sobre este aspecto, el profesor Robert Arnove de la Universidad de Indiana. Lo terrible es que la víctima principal de ese conflicto es el ser humano, el niño o niña. Se le somete a las contradicciones de la vanidad de las ideologías que piensan que su posición es la mejor verdad de las posibles, que la educación, o bien es un valor de cambio para comprarse una posición superior o bien es la expresión de una supuesta libertad alienada por las modas de la época. Raramente el sistema educativo bajo posiciones mesiánicas de uno u otro signo, defiende los valores de la razón, de la ciencia, de la libertad, de la tolerancia, de la universalidad. La educación como la cultura es lo que permanece, lo que dura para constituirse como impronta de las generaciones que vendrán. Nada es permanente cuando la educación se constituye en el discurso cultural entre el régimen político y el cambio educativo o en el campo de batalla para imponer sus formas de pensar.
La educación es un proceso cuyos resultados no son políticamente inmediatos; se extienden mas allá de los mandatos de los gobernantes. Es una siembra cuya cosecha no otorga réditos políticos a corto plazo. Pero todavía es mas equívoco el uso del término educación por los líderes políticos o económicos ya que tienden a confundir su preocupación por ella con la preocupación por las instituciones escolares o educativas. Confunden educación con escuela, escolaridad con educación.
Y si de asignación de recursos se trata, existe una incongruencia entre el lugar prioritario que se otorga a la educación en el discurso político y los insuficientes medios presupuestarios que se le asignan en comparación con otros rubros. Presupuestos militares casi iguales o superiores a los de educación, mayores recursos financieros para la compra de material bélico que para material didáctico. O en algunos países desarrollados donde el sistema judicial gasta mucho más para sentenciar y pagar las penas de los que infringen la ley que lo que se invierte en el sistema educativo, que por otra parte podría ayudar a prevenir el delito, el incumplimiento de dicha ley. Se ve con horror cómo en ciertos países el presupuesto de inversión y gastos corrientes de las cárceles sobrepasa al de educación básica y media.
El irrespeto que existe hacia la profesión docente por parte de los gobiernos y de las fuerzas dirigentes de la sociedad, especialmente en relación a la educación primaria o básica, queda materializado en la insignificante remuneración que perciben los maestros o profesores en comparación con lo que reciben otras profesiones fuera del sistema educativo. Es la sociedad la que ha acuñado la frase lapidaria de “más pobre que un maestro de escuela”. Esta es la mayor contradicción de los sistemas políticos. Es parte del discurso demagógico al que hacíamos referencia. Le asignan las mayores cotas de responsabilidad social a la institución educativa y le corresponden con una de las escalas de salarios más bajos de todo el sistema profesional. Refuerzan a la necesidad con el castigo.
La instrumentalización de la educación en las teorías del desarrollo es un tema todavía no resuelto. ¿Sería posible el uso del sistema educativo para instaurar un nuevo orden económico y social democrático, ya sea bajo el signo socialista, socialdemócrata o neoliberal, sin que dicho sistema sufra las tensiones y contradicciones que lo limiten en su función pedagógica o lo conviertan en un elemento rígido y polarizador de la propia realidad nacional? ¿cuáles son las posibilidades y límites del sistema educativo en el entorno de un proyecto nacional de desarrollo sostenible? ¿necesita el sistema educativo de un espacio autonómico para el ejercicio de la libertad y para su protección de otros campos de conflicto social que pueden perturbar su proceso de enseñanza-aprendizaje? ¿podría ser la educación objeto de concertación de las distintas fuerzas políticas para la creación de un proyecto nacional educativo o multinacional centrado en el sujeto que aprende? La ampliación de esta reflexión sobre las respuestas a estas inquietudes puede leerse aquí: La educación como arma demagógica de los partidos políticos.
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©2021 Miguel Angel Escotet. Todos los derechos reservados. Se puede reproducir citando la fuente y el autor. Basado en M.A. Escotet. Prólogo. En R.F. Arnove (1995) Educación como terreno de conflicto: Nicaragua 1979-1993. Managua: Universidad Centroamericana, 7-11 (It is a English version published by Westview Press in 1994.)
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