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La educación como arma demagógica de los partidos políticos

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Estas reflexiones son una continuación a mi artículo La educación como oscuro objeto del deseo político e intentan poner de relieve el abuso al que es sometido el sistema educativo, y especialmente a los sujetos que aprenden, a través de legislaciones en manos de los políticos, con ausencia de los profesionales de la educación y áreas afines, de sus estudiantes y de la sociedad en general, independientemente de su posición ideológica, religiosa, demográfica, económica, étnica o de género.


Hace unos cuantos años, tuve el privilegio de prologar un libro de Robert Arnove, La educación como terreno de conflicto, que precisamente basaba su investigación en este hecho. El profesor Arnove de la Universidad de Indiana, autoridad académica indiscutible de la educación comparada e internacional y estudioso de la realidad latinoamericana, asiática y europea, además de la de su propio país, presentó en ese libro el resultado objetivo derivado de la rigurosa investigación que sobre la educación de Nicaragua realizó desde 1979 hasta 1993. Es el estudio más completo que se ha realizado en torno al papel de la educación en la transición desde un sistema socialista a uno capitalista y viceversa.

El libro refleja de forma meticulosa el análisis contextual de la educación en los gobiernos de signos opuestos: el sandinismo y a partir de 1990, el neoliberalismo, también denominado progresismo conservador. En ambas administraciones la educación ha desempeñado un papel crucial y en ambas experiencias el sistema educativo fue tensionado por las contradicciones, a tal punto que los principales objetivos sufrieron severas limitaciones. El trabajo presentó los principales logros y deficiencias de los diferentes subsistemas educativos. Los principales temas de la obra giraron en torno a las tensiones políticas, ideológicas y pedagógicas sobre el curriculum, los materiales didácticos, los libros de texto, la educación de adultos y la alfabetización; la estructura, organización, administración y financiamiento del sistema educativo; los sindicatos y la universidad. Es una obra que en su conjunto da pie para ampliar la reflexión sobre educación y desarrollo y para intentar dar respuesta a las preguntas que nos hacíamos en mi anterior artículo al que hacía referencia en este mismo blog. Pone en tela de juicio el poder atribuido al sistema educativo para la transformación social y económica, y en especial, para el cambio de la cultura política.

Arnove profundiza en las tensiones y contradicciones de dos sistemas educativos, fuertemente ideologizados con las normales pretensiones de instrumentalizar al proceso educativo en favor de los objetivos de cada uno.  Dos concepciones políticas  antagónicas al servicio de dos paradigmas. Nicaragua es el país que sirve de base a Arnove para sustentar la tesis de que cuando el sistema educativo es utilizado como instrumento de socialización política y motor de crecimiento económico, los resultados son frecuentemente opuestos a lo que se pretendía. Es decir, ni la educación por sí misma puede crear una nueva persona, ni puede ser la base para el modelo de acumulación de capital.

Este pequeño país, Nicaragua –confieso que es uno de mis pueblos preferidos– está acostumbrado a sufrir y luchar contra la adversidad. Ha estado  sometido tanto a los últimos embates socialistas y anti-socialistas de la guerra fría como a los postreros y renovados embates neoliberales y de democracia de mercado del milenio o la vuelta, en el primer cuarto del siglo XXI, a un sistema totalitario con apariencia distinta pero semejante o peor al mismo sistema que combatieron del somocismo. Son extremos que se tocan porque en ambos casos el fascismo de izquierda o de derecha representan el culto a la personalidad, al narcisismo y al autoritarismo de la mediocridad. Un país de minorías de poder que amplían la distancia entre el representante y el representado. Un país que en en el siglo pasado y en lo que llevamos de este,  ha sido acosado por catástrofes naturales –terremotos, maremotos y huracanes– o por catástrofes inducidas por la naturaleza humana –invasiones de su territorio, dictaduras, experimentos revolucionarios o neoliberales, guerras…– Un pueblo, que pese a todo ello no se doblega por haber aprendido que sólo un pueblo que ya no quiere nada, que ignora lo que quiere y que no es capaz ya de desear, se convierte en un pueblo fácil de abrazarse a cualquier ideología. Algo muy contrario al espíritu nicaragüense.

Esta obra de Arnove es sin lugar a dudas una de las mejores en su género. No sólo por el rigor metodológico, la objetividad de su análisis o la amplia consulta con todos los principales protagonistas de la educación nicaragüense, sino también por las implicaciones universales que se deducen de este estudio y por las consecuencias filosóficas y científicas que sirven de base para revisar la propia concepción de la relación entre educación y desarrollo social, político y económico. Salvadas las diferencias culturales, la tesis de Arnove es perfectamente transferible a sociedades con desarrollo desigual e inclusive a países desarrollados o sociedades en transición. Este libro da pie para una reflexión que me ha atormentado desde hace más de cuarenta años y que el propio Arnove sugiere a través de la búsqueda de un proyecto de reconciliación nacional.

¿No sería posible desvincular de forma directa al sistema educativo del poder ejecutivo? ¿no es más vulnerable la educación bajo un signo político que bajo la expresión plural de la sociedad? ¿sirve la educación bajo el control de una ideología a las características de diversidad social, ideológica, de género y cultural de la sociedad de nuestros días? Consideramos que el sistema educativo debería estar en una nueva concepción estructural y organizativa que amalgame el poder legislativo con representación de todas las fuerzas políticas, las asociaciones científicas y profesionales de la educación y disciplinas contiguas, y de la representación plural de toda la sociedad. Un consejo nacional de educación que represente a esa sociedad civil, podrían dar espacio autónomo y profesional a un proyecto consensuado de educación –independiente de los partidos políticos– capaz de permanecer mas allá de los cambios de gobiernos democráticos, y capaz de concertar a toda la sociedad en torno a la transmisión de las bases fundamentales de la ciencia, la técnica, el arte, las humanidades y la cultural nacional, regional y universal. Y lo que es igualmente importante, enseñar a comportarse democráticamente, educar para la tolerancia, para el cuidado de la naturaleza, para la diversidad, para profundizar en el método científico y el pensamiento analítico, para aprender a escuchar, para el profundo respeto por las ideas del otro, para la defensa de los derechos humanos. Aprender a desestimar los populismos de cualquier signo que representan la genuina estafa a la democracia.    

La utilización por los partidos políticos del sistema educativo para objetivos distintos de los que le son propios acaban por convertir a la educación en terreno de conflicto de las tensiones y contradicciones políticas, como indicaba en mi artículo precedente. Se convierte a la educación en un instrumento demagógico y de marketing político para alcanzar metas innobles a expensas del legítimo desarrollo integral de las personas que conforman una sociedad. Se le somete a los ciudadanos a las contradicciones de la vanidad de las ideologías. Es imposible que estas contingencias de control social –ya sea mediante la coacción de la libertad o mediante la creencia de que somos libres– produzcan conductas permanentes, puesto que la libertad de pensar y de expresar opinión se ejerce luchando contra la uniformidad del pensamiento de la masa.

El sistema educativo debería muy especialmente, además de dar educación básica para todos, educar para la diversidad, enseñar a respetar las diferencias. Valor ecológico que va unido a la propia existencia del universo, a la propia necesidad de la naturaleza para seguir existiendo. Al filo del fin de estas reflexiones básicas, me viene a la mente ese pensamiento de Hannah Arendt en su obra Vies politiques cuando presupone que “el mundo se vuelve inhumano cuando se lo arrastra en un movimiento en el que no subsiste ninguna especie de permanencia”. Debemos de buscar esa permanencia del hecho ético, estético y científico de la educación por encima de las coyunturas políticas si aspiramos a que la educación sea la herencia de la cualidad del mundo y no mansas ovejas de pastores iluminados por el poder.

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©2021 Miguel Angel Escotet. Todos los derechos reservados. Se puede reproducir citando la fuente y el autor. Basado en M.A. Escotet. Prólogo. En R.F. Arnove (1995) Educación como terreno de conflicto: Nicaragua 1979-1993. Managua: Universidad Centroamericana, 7-11 (It is a English version published by Westview Press in 1994.)

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