“Realidad y utopía son caras de una misma moneda y se necesitan ambas como forma de pensamiento creativo y transformador”. El diario ABC de Madrid publica en su sección de opinión este artículo que se reproduce en su versión completa.
Nuestro tiempo, la época que nos está tocando vivir nos asoma a una evolución de vértigo que deja atrás los comportamientos previsibles y perdurables para asumir conductas caracterizadas por la flexibilidad, la fugacidad y lo impredecible. Permítanme compartir algunas bases ideológicas que acompañan una filosofía de la educación y sus instituciones y de su responsabilidad con la sociedad del futuro.
Los seres humanos debemos integrarnos en la sociedad sin una identidad acabada, abiertos al cambio ininterrumpido, inagotable y acompañados de una marcada sensación de fragilidad e incertidumbre. Una sociedad del conocimiento en donde seamos capaces de mantener aquellos valores que deben permanecer, como el comportamiento ético en la vida, el compartir el conocimiento, el respeto por la naturaleza, la convivencia, la tolerancia, la pasión por aprender o la compasión por el que sufre; y perpetuar esos valores que están insertos en la propia dimensión humana de supervivencia y perfeccionamiento social y cultural.
Los jóvenes estudiantes, formados en este tiempo de mudanza y trances, fueron educados bajo los parámetros de una sociedad que se fundamentaba en las hipótesis de la física newtoniana, en las verdades absolutas, en una suerte de sociedad funcional en donde casi siempre para cambiar había que producir crisis. Sólo estas producían los cambios. El esfuerzo y la formación estaban asociados de manera indisoluble, y todavía siguen en parte así lamentablemente, a los conceptos de incorporación laboral segura y prestigio social.
Muchos han aprendido o han enseñado en la búsqueda prioritaria de los certificados, pero no en la indagación y análisis de los contenidos, de los conocimientos. Pero la realidad se impone y nos muestra un entorno diferente: la incorporación laboral segura es escasa; el mundo del trabajo será la de aquellos que unan conocimiento, pasión y riesgo, que aprendan a anticiparse y que intercambien seguridad por autorrealización, seguridad por felicidad.
Es por tanto una nueva sociedad compleja, que combina la armonía de Newton con el caos de Ilia Prigolline, y que atrapa de por vida a los miembros de la sociedad en una disposición de aprender para seguir aprendiendo a lo largo de su existencia, para ser capaces de crear y transformar los sueños en realidad. Pero este desiderátum apenas está amaneciendo en el horizonte. Tenemos todavía una formación lineal que cuestiona la correlación entre formación académica y utilidad cultural, social y económica, y genera, al mismo tiempo, pérdida de credibilidad en la sociedad porque el aprendizaje propio de un mundo perdurable no es aplicable a un entorno en constante cambio.
En tal contexto, las instituciones educativas tienen la responsabilidad de contribuir al desarrollo del pensamiento cognitivo y afectivo, que les permitan ir por delante de los acontecimientos, anticipándose al futuro, dando respuesta a los nuevos retos y siendo capaces de liderar la educación de las personas para el cambio permanente y bajo los esquemas de incertidumbre de una sociedad que dista mucho de ser dogmática para presentarse diversa, plural e intercultural.
En este marco de pensamiento, las instituciones educativas no pueden medirse por ciclos o años escolares o académicos. Su vocación debe pasar de la siembra de una estación a la labranza diaria que produzca de forma permanente los frutos del conocimiento, de la sociedad responsable, de la sociedad trabajadora, de la cultura del esfuerzo, de las ausencias del egoísmo y de la envidia, que tanto maltratan a unos y otros. Las escuelas y las universidades deben estar comprometidas en llevar al unísono las competencias cognitivas y emocionales, no una a expensas de la otra, sino en constructiva interacción. Conocimiento, aplicación y ética no pueden ser fragmentadas.
La educación es la vida misma por lo que se debe educar dentro de la vida –– y no para la vida– y esa educación no sólo abarca a estudiantes sino a profesores y a la sociedad en general. Formar a niños, jóvenes o adultos debe ser hecha desde una perspectiva real en un mundo donde los cambios son geométricos dentro de una misma generación. Pero la realidad deja de serla en el mismo instante en que se la identifica porque este propio hecho la modifica.
Como expresa Carlos Petrini, «el que siembra utopía creará la realidad». Es así que, la realidad no puede estar alejada de los sueños, del pensamiento utópico, porque este es el motor del desarrollo de la ciencia, las humanidades y las artes. Pero he aquí, que las utopías nunca llegan a encontrarse, porque en ese mismo instante, cuando se está al borde de alcanzarla, ese hecho crea otra utopía. Fernando Birri expresa poéticamente esta verdad, atribuida a Eduardo Galeano, en el sentido de que «la utopía yace en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se desplaza diez pasos más allá. Por mucho que camine, nunca la alcanzaré. Entonces, ¿para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar».
Realidad y utopía son caras de una misma moneda y se necesitan ambas como forma de pensamiento creativo y transformador. Las dos juntas son la mejor forma de combatir la inmovilidad, la vagancia física e intelectual, las conductas domesticadas, la práctica del subsidio laboral o de su explotación, del chantaje emocional para quedarse donde uno está. Pero estas dos variables del pensamiento humano no podrían emerger de forma continua y trascendental sino incluyesen el pensamiento y ejercicio ético. Una de las revoluciones del pensamiento, la revolución ética, todavía está por ser la línea transversal de la sociedad global.
Los conflictos bélicos, el poder narcisista de la política, las crisis sociales y económicas a las que asistimos en el mundo son mayormente crisis éticas, son consecuencias de un quehacer egoísta y profundamente insolidario. Nada que ver con esa expresión de vida íntegra de Bertand Russell: «Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por el sufrimiento de la humanidad».
Ya los filósofos griegos, al interpretar la convivencia, no sólo la hacían imprescindible para la supervivencia, sino que era cauce de percepción y exigencia afectiva.«Conviene que vivas para los demás si quieres vivir para ti – aconsejaba Séneca – porque somos miembros de un cuerpo mayor». Nuestra vida camina sobre el lomo de las vertientes de una misma verdad, la de que no hay plenitud humana en quien se desatiende del bien común y la de que no hay fecundo y autentico amor a la comunidad, a la sociedad, sino se ejerce la profesión o el oficio con un sentido de respeto al congénere y de estricto rigor ético. El estar al día en cualquier profesión, el estar en una formación a lo largo de la vida es también una responsabilidad ética con uno mismo y con la sociedad. Es precisamente la manera más contundente de hacer del cambio una parte intrínseca en el viaje de la vida y es una forma de no pasar por ella con apatía y como un ser de inmovilidad vegetativa.
©2023 Miguel Ángel Escotet. Todos los derechos reservados. Se puede reproducir citando la fuente y el autor. Versión original publicada en el Diario ABC de Madrid (España), 23 de marzo de 2023, Puede leerse aquí.
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