La cultura de la universidad se parece mucho en todos los países. Las grandes asimetrías no están precisamente en el “ethos” sino en los recursos que tienen a su disposición. Por ello, la crisis universitaria está centrada tanto dentro como fuera de la propia institución.
No se le puede pedir aquello que no puede dar. El desempleo estructural en el mundo desarrollado tampoco puede ser ajeno al mismo sistema de educación superior y constantemente se expresa, que la universidad no está formando el tipo de perfil que demanda el mercado laboral. La tasa de desempleo universitario en Europa se ha estado moviendo aproximadamente entre el 5% y el 40% según el país, y esto sin contar con una gran mayoría de licenciados que trabajan en áreas laborales ajenas directamente a su ámbito de formación universitaria. Sin embargo, estudios sobre potenciales empleadores de los graduados universitarios han demostrado que desconocen el tipo de profesionales que se necesitarán dentro de diez o más años, tiempo promedio para la formación secundaria y universitaria de un profesional.
También la universidad, por otra parte, ha vivido muchas veces a espaldas de la sociedad, del sistema productivo y del propio de sistema de ciencia y tecnología. Pero, los problemas de la universidad son también los problemas de la sociedad. Existe una corresponsabilidad entre una y otra. Como también existe corresponsabilidad entre el subsistema de educación media y de educación superior. Esta corresponsabilidad afecta también a la propia cultura universitaria, a esa relación profesor-estudiante que forma parte de la cultura genuina de la educación: aprender a generar y compartir el conocimiento.
Mas he aquí donde radica la mayor de las crisis. Por un lado, la constitución de una aristocracia de la educación: el profesor universitario o el administrador; por otro, un estudiante que busca más las certificaciones profesionales que el aprendizaje. Estudiantes que quieren estudiar una carrera a la carrera. Buena parte de la crisis de la calidad de la formación universitaria tiene como trasfondo esta dicotomía: la crisis de relación entre el sujeto que enseña y el sujeto que aprende. Una universidad en la cual profesores y estudiantes deben ser ante todo, aprendices permanentes; y en donde los programas de estudio se diseñan, modifican y transmiten día a día en función de las innovaciones, nuevos conocimientos y nuevas tecnologías de enseñanza y aprendizaje. Es indispensable también que los programas tengan contenidos en función de lo que el sujeto que aprende “debe saber” y no en función de lo que el sujeto que enseña “sabe” o “cree saber”. Esto obligaría a los “docentes” a estar permanentemente en renovación de teorías, técnicas o procesos y en total relación con la generación de conocimiento que se produce dentro y fuera del contexto universitario. Pero no cabe duda que cuando el comportamiento de estas personas es arrogante, se crea una línea muy fina entre el narcisismo y el egocentrismo como defensa contra la ignorancia.
Por tanto, este cambio que tiene que auto-imponerse el profesor, introduce una relación totalmente distinta con el estudiante, dado que transforma una filosofía educativa, en donde el aprender y el enseñar son una aventura compartida, fascinante, intrigante, necesaria, en vez de autoritaria, fatigosa y aburrida. La universidad respondería así, a lo que se pretendía en sus orígenes: una comunidad de “scholars”, de aprendices, una gran familia del conocimiento.
Sin embargo, la universidad ha dejado relegado al sujeto que aprende. Hoy se planifica antes que nada en función del cuerpo académico, más corporativista que académico. Los espacios físicos, los sistemas de remuneración, los programas de estudio, las estructuras, la organización del tiempo y otras dimensiones de la vida universitaria responden preferentemente a las necesidades del docente y del administrador, pero no necesariamente a las de la docencia o la administración universitaria. Esto último está universalizado. En algunos países desarrollados este comportamiento está todavía más vigente. Por ejemplo, es de sobra conocida la práctica de muchos profesores de utilizar a sus estudiantes para la propia elaboración de sus investigaciones, libros, artículos. Y en esto, intrínsecamente, no hay nada malo. Pero el nombre de estos colaboradores –muchas veces autores principales- o no aparece, o se le da un segundo lugar o no ocupan en la publicación el lugar destacado que merecen en función de su trabajo; otras veces, simplemente se les agradece en letra pequeña en las oscuras páginas de una introducción. ¿Hacia dónde está centrada esta práctica? ¿Hacia el profesor o hacia el estudiante?
Este tipo de comportamiento, de “etnocentrismo” académico está en contra de la misma esencia que define a cualquier situación de enseñanza-aprendizaje, cuya primera regla es la ética, la honestidad y el respeto al otro. Lo más grave es que a esta cultura centrada en el sujeto que enseña se está dando paso a otra todavía más peligrosa para la supervivencia de la genuina enseñanza universitaria: la cultura centrada en el sujeto que administra. Una universidad que en parte, empieza a estar dominada por administradores, estructuras burocráticas, estructuras de gestión y formas de gerencia que equiparan a una institución difusora y generadora de conocimiento con una empresa productora de detergentes o con una organización multinacional organizadora de viajes. Lo más parecido a la gestión universitaria es la gestión de empresas de salud como sistema administrativo de servicios a la “persona”. Y es que no se puede comparar estrictamente a una universidad con una empresa, ya que no es lo mismo manejar mercancías, que se mueven en el corto plazo del mercado, que gestionar procesos de transferencia y creación de conocimientos, que se mueven en esquemas de mediano y largo plazo.
Regresar a una comunidad de aprendizaje que integre a todos los actores universitarios debe ser el objetivo primordial para empezar a superar la crisis. Mientras no se cambien las actitudes, los valores que imperan en la cultura universitaria de hoy, difícilmente la universidad podrá superar la crisis de formación y pertinencia.
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