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Evaluación y cambio en la cultura universitaria

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Los cambios son difíciles de producir si no existen los recursos financieros y tecnológicos, pero se adhieren obstáculos a ellos, cuando no existe la voluntad o cuando el pesimismo se adelanta a la acción, o cuando se producen cambios que responden más al capricho o la intuición que a una valoración objetiva de logros y necesidades.

La experiencia ha demostrado en países ricos, que la abundancia de medios no garantiza la transformación permanente de la universidad. La garantía está en las personas – en el mal denominado “capital humano” – en su compromiso de cambio, en la tolerancia, en la solidaridad, en la flexibilidad, en la diversificación, en la reflexión en la acción y por supuesto, en dar rienda suelta a la imaginación constructiva y creadora.

Es decir, en una universidad, centro por excelencia de la dimensión humana y de su peculiar estilo de compartir el conocimiento, el ser humano se convierte en el eje principal de su quehacer. Esto no quiere decir que la práctica sea esa; no necesariamente. Muchas veces hemos separado el cambio mismo de las personas que forman parte indivisible de ese cambio. Es así, que una gran parte de modelos de evaluación en el mundo hablan de todo, de la organización, de las estructuras, de los costos, de los diseños curriculares, de múltiples indicadores cuantitativos o inclusive, cualitativos y se olvidan de los verdaderos actores y protagonistas de las universidades: Los sujetos humanos, los sujetos que aprenden, objeto esencial de lo que evalúan. ¿Cómo es esa cultura? ¿Cómo son los comportamientos de esa comunidad? ¿Cuáles son sus actitudes? ¿Qué percepción tienen de sí mismos y de la cultura universitaria a la que pertenecen? ¿Cuáles son las relaciones entre al cultura oral, la escrita y muy especialmente entre ese paradigma ético entre lo que se dice y lo que se hace?

La evaluación, si es auto-evaluación, ya permite de por sí, un grado de participación que está en sintonía con esa cultura de cambio orientada al actor del proceso de enseñanza – aprendizaje. En este sentido, podríamos sugerir que una auto-evaluación ampliamente participativa es una estrategia por sí misma indispensable para la evaluación universitaria. No es un juicio de valor el que hago. Múltiples investigaciones comparadas dan fe de esa diferencia. Pero aún más, si la evaluación tiene como objetivo prevenir y cambiar conductas epistemológicas y sociales que favorezcan una  transformación deseable, y solamente los miembros de esa comunidad evaluada son los protagonistas de su propio destino, no podrá haber cambio:

PRIMERO, si no aprenden a cambiar; y

SEGUNDO, si no están convencidos de la necesidad de ese cambio.

Y para mi cambio, en el estilo más puro de Ortega y Gasset, no es únicamente lo que se mueve, lo que se modifica, lo que se transforma; es también lo que permanece. Hay veces que es más difícil mantener lo que debe quedar, que hacer de ello un cambio. Por ejemplo, el que alcanzó un sentido ético de la vida, el que ha tenido ese logro, lo que debe hacer es no moverse para poder cambiar. Es la dialéctica que se mueve entre el paradigma de la certeza y la incertidumbre que no admite ponderaciones aritméticas o de probabilidades. Una persona que hoy dedica toda su energía a hacer el bien y mañana asesina, no permite una media aritmética que nos lleve a decir que esa persona es de comportamiento regular, intermedio u algo parecido. Aquí la valencia del valor de la vida sobre la muerte, lo convierte en un asesino, es decir, ubicado en un extremo del paradigma.

Tengo que incidir en este hecho, por cuanto evaluación o auto-evaluación y cambio deben ser elementos intercambiables, al igual que educación; y forma parte de la teoría de los valores. Por ello, permítanme ahondar en la teoría del cambio y de los sistemas no-lineales como esencia de lo que trato de compartir con ustedes sobre evaluación institucional y esquemas de incertidumbre.

El cambio, no es sólo característico de la época en que vivimos sino de todas las etapas históricas que ha vivido la humanidad. El ser humano se caracteriza por ser el único de su especie que es capaz de pensar acerca de sus mismas ideas y por ser la especie animal que evoluciona en su pensamiento. A veces más rápido, a veces más lento, pero siempre en permanente mutación. Es por ello, que una universidad para el cambio no es una estrategia para dar respuesta a una condición histórica como la actual. Es, tiene que ser, siempre ha sido el cambio, la esencia de esa institución que indaga dentro del espíritu, que tiene como misión escudriñar en los laberintos del pensamiento y que se organiza alrededor de una comunidad del conocimiento.

Evaluar y reformar, por consiguiente, no son actos coyunturales ni actividades intermitentes, son procesos continuos sin final. Para estar siempre en el mismo lugar no se puede parar el movimiento, por cuanto uno se quedaría atrás. Esta función dinámica de la vida requiere de organizaciones sociales que no se queden rezagadas. La universidad debería estar en vanguardia. Debería desarrollar la capacidad de anticipación para corresponder a la confianza y a los privilegios que le ha otorgado la sociedad, como vigía y brújula de su progreso y bienestar. Una universidad con visión de largo alcance, incubadora de innovaciones e instigadora de la creatividad. Este tipo de universidad no necesitaría parar su marcha para reformarse, pues evaluación, reforma e innovación, serían procesos naturales a su misma esencia.

©2012 Miguel Angel Escotet. Todos los derechos reservados. Se puede reproducir citando la fuente y el autor.


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