En palabras de la filósofa estadounidense Martha Nussbaum, “la música puede ser universal en el sentido de que las personas ampliamente separadas por el idioma y la cultura pueden aprender a amarla”.
Los principales conceptos que rigen la actividad humana se reducen a dos principios fundamentales: la verdad y la belleza o lo que es lo mismo la ética y la estética. A su amparo nacen los conceptos correlativos de ciencia y arte. La ciencia como investigadora de la verdad, como guardián de la ética y el arte como explorador y creador de belleza, como motor estético. Así como la ciencia es imprescindible para la cultura de las sociedades, las artes son esenciales para la formación de los pueblos, para la educación de las sensibilidades. Aprender desde el corazón y desde la belleza es, sin duda, el mejor y el más óptimo de los aprendizajes.
En todo ello, la música juega un papel fundamental porque, como afirmaba Aristóteles, eleva y ennoblece la sensibilidad del espíritu humano. La música, como expresión sinérgica de cultura y civilización, ostenta una función destacada entre las artes; es una expresión artística milenaria, el arte primigenio capaz de cautivar, desde el principio de los tiempos, el corazón y la inteligencia de los seres humanos. Así lo significaba Darwin en su libro El origen del hombre, al expresar que la música ayudó, desde nuestros orígenes, a los humanos a encontrar pareja, y a que hombres y mujeres, incapaces de expresar su amor en palabras, lo hicieran a través de la música y el ritmo, de la misma forma que lo hacen las aves. Pensemos en la época de David y en los famosos coros del Templo de Salomón, donde se reunían más de 4.000 cantantes, que pasó a la historia como una sólida institución musical que trascendió a otras generaciones. O pensemos, también, en la cultura griega, en Platón, quien crea su estado ideal inspirado en el espíritu de la música, e impulsa la enseñanza musical haciéndola obligatoria en la formación comprehensiva de los que tenían el privilegio en esa época de recibirla.
Actualmente, el avance y el desarrollo de las sociedades podemos medirlo o deducirlo a través de la afición y el ambiente musical de las mismas y del papel que este juega en la educación. La formación musical y el conocimiento de las músicas populares, por ejemplo, constituyen uno de los pilares para el desarrollo de la competencia intercultural, tan necesaria para la convivencia y la inclusión en nuestros días; imprescindible para potenciar la llamada “imaginación narrativa”, es decir, la capacidad de ponerse en el lugar de la otra persona, de sentir la empatía, el sentir con el otro, que es la base de la socialización y de las relaciones humanas.
Así mismo, la música tiene un importante aspecto sociológico en cuanto que es parte de la superestructura cultural, producto de las sociedades y también de los medios de producción. La sociedad genera la música como un producto de cultura, y esta a la vez modifica a la sociedad misma, porque agrupa a las personas, las congrega alrededor de un sentimiento profundo, implanta valores, ideales, los difunde, genera modelos, inserta nuevos actores sociales, se generan nuevas creencias, todo con la consecuente re-significación de la propia música, dando lugar a un constante ciclo de simbolización universal. En palabras de la filósofa estadounidense Martha Nussbaum, “la música puede ser universal en el sentido de que las personas ampliamente separadas por el idioma y la cultura pueden aprender a amarla”.
Finalmente y ya en otro orden de cosas, sabemos que la música tiene una poderosa relación con la memoria, con la capacidad para recordar, por lo que, en cierto modo, nos permite volver a vivir y reflexionar. En la medicina contemporánea, por ejemplo, en los tratamientos de Alzhéimer, se utiliza la terapia musical para recordar eventos o personas porque está comprobado que, además de activar la memoria automática, tiene la capacidad de transportarnos hacia momentos ya vividos, incluso cuando no recordamos nada más.
Así pues, la música en los antiguos tiempos, hoy y siempre, es esa gran alma mater que estimula el aprendizaje, promueve la socialización y la inclusión, define a las sociedades, provoca y ayuda al desarrollo de las competencias afectivas, al amor, induce a la creatividad, y alienta las emociones. Afianzándose, de este modo, como único y verdadero lenguaje universal.
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